Usted busca La Encrucijada de Aragua. Conseguirá unos sitios muy
hermosos donde venden comida popular, cachapas, chicharrón, pernil…
¡Cuidado con el colesterol! No abuse. Ese era un punto de encuentro de
los revolucionarios del Movimiento Bolivariano en la primera etapa. Ahí
nos veíamos, en La Encrucijada de Aragua. Porque era cerca de todo, ahí
estaba Maracay. A toda hora, sándwich de pernil y chicharrón. Hay una
chicha muy buena. ¿Conoces a la señora Petra, que vende las cachapas?
¡Ajá!, yo sí me conozco todo eso.
A veces, me paraba a la una de la mañana a esperar a los muchachos.
“¿A quién esperas?”, “No, esperando a Diosdado”, o ellos me esperaban a
mí, o venía Blanco La Cruz de no sé dónde. Ahí nos veíamos y nos
escondíamos en casa de Lugo López, que vive por ahí cerca. Hugo López es
un mayor llanero, de allá de Guárico. Ese muchacho atacó el 27 de
noviembre la cárcel de Yare, a pesar de que tenía muy pocas fuerzas. Y
nosotros dentro, desesperados por no poder hacer nada, encerrados ahí en
las celdas. Lo primero que sonó fue un mortero que cayó en el patio de
la cárcel. ¡Boom! “Empezó la revolución”, dijimos. Y comenzó un ataque a
Yare con un grupo de oficiales, de suboficiales y de civiles que se
incorporaron tratando de sacarnos. Ellos no pudieron entrar y se
replegaron. Lugo López cogió sabana, se fue al frente de una fuerza que
se replegaba, cogió pa’ los llanos del Guárico y allá se entregó. El
mayor Edgar Lugo López, nunca olvidaré su amistad, su paciencia y sus
sentimientos de buen hombre llanero y de buen soldado.
Y Luis Figueroa, este muchacho que ustedes ven, fue presidente de la
Federación de Centros Universitarios de la Universidad Central de
Venezuela, líder estudiantil, líder social y sigue siéndolo. Fue uno de
los jóvenes que fusil en mano se fueron a Yare el 27 de noviembre a
tratar de liberarnos de aquella prisión. No pudimos avisarles que no
lanzaran el ataque; ese movimiento fue delatado. Arias Cárdenas y yo,
que no dormimos, estábamos muy preocupados porque ya sabíamos que los
estaban esperando. Oímos los ruidos, estaban ubicando una ametralladora
en el techo. Intentamos llamar por un radio toda la madrugada. Me quedé
ronco: “Águila no sé que, llamando…”. Nada, no nos comunicamos con
nadie. Como a las siete de la mañana sonó el primer mortero en el patio
de la cárcel, dijimos: “¡Llegaron!”, y se armó el tiroteo ahí.
Lástima que no nos llegaron las armas. Yo preso y tirado en el suelo
por la plomazón. Después agarraron una máquina que estaba por ahí. Me
asomé y la vi, pero la volaron. Por cierto, un teniente larense, que
estaba retirado y se incorporó a ese grupo de combatientes, perdió un
ojo. Iba manejando la máquina como fuerza de choque, pero le tiraron con
un cañón antitanque. Hubo algunas bajas nuestras, algunos heridos. Los
muchachos se replegaron cerro adentro, porque si no, los hubieran
masacrado. Los estaban esperando con ametralladoras y cañones
antitanque.
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